Todos los veranos Julia pasaba las vacaciones con su familia en la playa. El poder disfrutar una temporada de descanso era la mejor recompensa para una niña después del curso escolar. Cada tarde, Julia iba a visitar a su abuelo que vivía durante el período estival con sus tíos. Cuando llegaba lo saludaba con dos besos, escuchaba las historias que tenía que contarle de su juventud, y al despedirse siempre le decía: “Toma 20 duros, para que te compres chuches”. Esta anécdota o alguna similar la habremos vivido en alguna ocasión. Recibir una gratificación o una bonificación cuando hacemos algo. Pero ¿qué es lo que nos condiciona para que actuemos de determinada manera ante una posible recompensa?
En el mundo laboral hay que ser claros, nos movemos por el dinero. Al principio puede haber cierto entusiasmo y optimismo, pero lo que de verdad nos motiva es la recompensa económica. Por mucho que nos agrade el trabajo si nuestro jefe nos dijera que tenemos que seguir trabajando pero que no nos va a pagar, posiblemente al día siguiente no volveríamos a la oficina, ya que el mayor incentivo que tenemos es el sueldo que percibimos.
Pero Julia no está sola, tiene dos hermanas. Ellas no son constantes como Julia, y solo van de visita de vez en cuando, a pesar de saber que todos los días hay un “premio seguro”. El trabajo que se requiere para obtenerlo no les compensa como para hacer un esfuerzo extra. Hay muchos empleados que prefieren seguir en las mismas condiciones que comprometerse con más responsabilidades por una subida de sueldo. El prescindir de tiempo libre a cambio de aumentar el estrés y la carga de trabajo solo se acepta por una buena mejora. No a todos les encaja esto, por eso es difícil incentivar a algunos empleados a ciertos niveles.
La motivación tiene algunos puntos que no se pueden modificar, como la aptitud individual, la necesidad, los valores y la vocación.
Imaginemos que Julia ante la recompensa cambia su forma de actuar y en vez de una visita decide hacer dos al día. ¿Cómo reaccionaría su abuelo? A veces se premia lo que no se debe, solo porque está establecido. La intención primaria de Julia era buena, al hacer algo que entra dentro de sus funciones como nieta, pero el abuelo al premiarla ha creado una necesidad y marcado un protocolo. Las empresas quieren resultados rápidos, que supongan ahorrar y que se obtengan beneficios, por eso se abusa del “premio inmediato”, con lo que las soluciones a veces son para obtener resultados a corto plazo, sin valorar las consecuencias negativas en un futuro.
¿Qué se debe premiar? Aquellos factores estratégicos que dan soluciones estables a largo plazo como pueden ser mejorar la calidad o fomentar el trabajo en equipo desarrollando aspectos como la cohesión. O simplemente reducir aquellas tareas sin valor que requieren mucho tiempo de trabajo al tener que cumplimentar muchos formularios. Lo que sí es una realidad, es que es difícil conseguir compromiso de empleados si no obtienen nada de los beneficios de la empresa.
En algunas ocasiones es importante el riesgo, ya que pisar sobre seguro no hará que las cosas cambien. Innovar para desarrollar nuevas vías de negocio es un punto importante en el plan de una empresa. No acertar a la primera no tiene que ser motivo de castigo. Un rasgo de un buen directivo es aquel que asume riesgos. Si la respuesta a sugerencias es “esto siempre se ha hecho así”, algo no va bien.
Fomentar las ideas en la empresa es fundamental ya que de ellas pueden surgir grandes logros. Hace unos años una empresa hotelera organizó un concurso de ideas para reducir costes a la compañía. El premio para la mejor propuesta era una gratificación económica. La mejor idea hizo que la empresa redujera costes al implantar un dispensador de gel/champú en todos los cuartos de baño en lugar de botes individuales.
Saber cuándo premiar es difícil, por eso hay que saber cuándo castigar sin que esto lleve a la desmotivación, ya que el aporte de todos es necesario para el funcionamiento de una empresa.