Crear una empresa puede parecer una tarea fácil. Una sola persona puede ser una empresa y gestionarse a sí misma.
En muchas ocasiones pequeñas empresas han ido creciendo, ampliando plantilla y sumando distintos departamentos, lo que hace que no todos puedan asumir la responsabilidad y la gestión que esto conlleva. Una idea de negocio buena, bien desarrollada y con un planteamiento bien definido puede triunfar o puede abocarse al fracaso, si no crece de manera progresiva.
El esfuerzo y la constancia hacen que algunos hayan llegado a un cargo directivo, sin que ello signifique que vayan a ser capaces de gestionar convenientemente el factor humano y asumir un crecimiento inesperado. Las dotes de comunicación, la empatía y la flexibilidad en la dirección se pueden pulir, pero hace falta llevarlo en los genes y tener capacidad de liderazgo.
Es importante que cada empresa tenga definidos sus objetivos, valorando los riesgos y peligros para decidir cuál es el mejor camino para seguir. Para ello contamos con el valor humano y el material. Definir la función de cada uno para obtener el mejor resultado es vital.
Nunca hay que dejar de aprender y cultivarse, aunque se consigan objetivos. La formación no acaba para los buenos. Estudiar a la competencia y renovarse es un proceso constante. Haciendo bien las cosas lo normal es que se obtengan buenos resultados, aunque existan baches en el camino. La coordinación y combinación de todos los elementos que juegan en una empresa es una difícil tarea que depende del empresario.
La buena dirección del equipo será la que haga que el conjunto responda adecuadamente haciendo que se cumplan los planes de la empresa. Para ello debe saber qué medidas tomar en cada momento, estudiar el entorno y detectar sobre qué punto hay que hacer más hincapié.
La misión del directivo es conseguir la sincronización de todos los elementos, y esto no es posible sin unos esquemas organizativos. No puede improvisar, tiene que partir de un programa, lo que no quiere decir que no pueda realizar cambios en un momento determinado.
En esta labor, los empleados juegan un papel crucial, ya que tienen que saber los objetivos marcados por la dirección y sus funciones. Aquí también podemos encontrar buenos y malos. La competitividad que nos toca vivir implica que no se pueda bajar el ritmo. Esto hace que se brinden oportunidades a aquellos que aportan valor a la empresa y que no se tenga la antigüedad como un grado, sino que se premie el talento, el rendimiento y la eficacia profesional. En ellos está hacer ver posibles decisiones inadecuadas. Aportar cuando sea necesario para el futuro de la empresa.
En este crecimiento la renovación constante es fundamental. ¿Cuántas empresas consolidadas han fracasado por no adaptarse a las nuevas tecnologías y han hundido literalmente a marcas fuertes por no saber evolucionar?, o lo que es peor, no ser capaces de tomar decisiones cuando hay que hacerlo.