Peter Paul Rubens fue un pintor barroco que vivió entre 1577 y 1640. Se conservan unos mil quinientos cuadros suyos, aparte de diseños y dibujos. Sus obras, de temática religiosa e histórica principalmente, las plasmaba en grandes lienzos, de un estilo característico, que le dotó de gran fama en su época, llegando a prestar sus servicios en toda Europa, desde su residencia en Amberes. Pero ¿cómo es posible una producción tan elevada de obras de arte por parte de un solo artista?
Rubens fue un empresario de su época. Logró crear un gran taller donde sus estudiantes y discípulos trabajaban en cadena, teniendo cada uno de ellos una especialidad definida. En manos del artista quedaban las partes más delicadas como manos y rostros. Esto le permitió aceptar encargos de gran envergadura.
Desde 1598 en que se hizo maestro independiente, su habilidad técnica, su formación, y su persona, hicieron que adquiriera gran influencia en sus círculos, consiguiendo el patrocinio de reyes y nobles. Como empresario cumplía las funciones de un gerente, consiguiendo financiaciones; de comercial, consiguiendo clientes y también participaba en la producción. Pero no hubiera podido vender su “producto” ni cumplir con todos los trabajos sin el respaldo de su taller, en el que todos trabajaban al mismo ritmo marcado.
Si vemos el taller que creó Rubens como una empresa actual no hay muchas diferencias en cuanto a organización. La pieza básica que va a hacer que funcione es el GERENTE. En Rubens, participa activamente en la producción, pero no es necesario que siempre sea así. Lo fundamental es que sepa repartir el trabajo y que establezca como debe ser la comunicación entre cada engranaje de la empresa, para que haya sincronización. Si no trabajan todos siguiendo el plan de la empresa, no habrá armonía.
¿Qué hubiera pasado, si los discípulos de Rubens no hubieran seguido el boceto creado por él? El resultado hubiera sido un pastiche, sin embargo, la sincronización es tal que no se llega a distinguir la mano de cada uno de los discípulos, contemplando la obra como un todo. Todos han aportado su granito de arena consiguiendo un producto eficiente.
Poder entrar en un taller de tal prestigio en esa época hacía que cada estudiante diera todo lo mejor. Era una oportunidad que no podían desaprovechar, por eso seguían las directrices marcadas por el maestro, muy exigente, que supervisaba el trabajo personalmente, pero que a su vez contaba con colaboradores avanzados, a los que le daba “rienda suelta” en ejecución de proyectos.
El buen gerente tiene que conseguir un equipo de trabajo excelente. Para ello es fundamental la comunicación, pero también otros aspectos como la confianza. Todos deben saber el talento de cada uno para ayudarse mutuamente. Es importante que existan objetivos comunes, de ahí la necesidad de que esté bien definida la misión, para saber cual es la meta a alcanzar y como participa cada uno en ella. Esto lleva a un compromiso mutuo y que los problemas sean de todos, no individuales.
Que sepan la importancia que tiene cada uno en el proceso fomentará el sentido de pertenencia y que se sientan parte indispensable de un todo. Cada persona del equipo se siente mejor si puede formar parte en la toma de decisiones, por ello que se puedan generar ideas entre los empleados y poder exponerlas hará que se involucre más el personal.
Actualmente hay muchas empresas que para crear empatía entre sus trabajadores hacen ejercicios de rotación de departamentos. Cuando sabes en qué consiste el trabajo de los demás puedes ver cómo mejorarlo.
El buen directivo sabe aunar todos estos aspectos, es el líder y tiene que celebrar los éxitos de manera grupal, aunque se destaque el papel de alguna persona de manera personal.
La planificación y la dirección son la base para conseguir la sinergia del equipo, haciendo que “uno y uno sean tres”.
“Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario”
Elbert Hubbard